Sensibilidades
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De aperitivo, Carlos Dickens
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el lado opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”
Así describía Charles Dickens la Europa de finales del siglo XVIII en el primer párrafo de su libro “Historia de dos ciudades” publicado en 1859.
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De entrante, Comprender la belleza
La Ilustración alumbra en la Europa neoclásica una nueva sensibilidad que transforma el concepto de belleza que imperaba hasta ese momento. Esta nueva concepción de la belleza venía a añadir sobre las cualidades del “objeto” artístico otras externas que tenían que ver con el “sujeto” que lo producía y también con el que lo juzgaba. La belleza se definiría desde entonces también por la forma en que era interpretada, transmitida y comprendida.
David Hume [1711-1776], ilustre pensador, filósofo e historiador escocés, nos ofrece una elocuente explicación de esta nueva concepción en sus “Ensayos morales, políticos y literarios”.
Hume, escribe en su artículo dedicado a la “Subjetividad del juicio del gusto” que “…una causa evidente por la que muchos no experimentan el sentimiento correcto de la belleza es la falta de esa delicadeza de la imaginación que es necesaria para poder ser sensibles a las emociones más sutiles”.
Por supuesto esta delicadeza de la que habla Hume no es sencilla de conseguir ni abunda en demasía pues “…sucede a menudo que el gusto no se ve afectado por cualidades tan pequeñas o no es capaz de distinguir todos los sabores específicos en el desorden con que se le presentan”. Afinar nuestros sentidos para distinguir aquello tan sutil precisa atención y entrenamiento, y se convierte en un aprendizaje que una vez empezado uno ya no puede abandonar.
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Como plato principal, Sensibilidades
Podríamos decir que la gastronomía es uno de los campos en los que nuestra oronda sociedad parece haber alcanzado esta “delicadeza del gusto” de la que habla David Hume.
Es habitual que en cualquier cena o comida surjan comentarios sobre las bondades o defectos de los platos que en ese momento se estén degustando. En muchos de los casos estos comentarios pueden alcanzar tales grados de sofisticación y erudición que resulta sencillo quedarse en fuera de juego si uno no está suficientemente documentado. Esta posición de desventaja se hace aún más evidente cuando a uno lo que más le gusta son los platos “de cuchara” [como es mi caso].
Con los vinos sucede lo mismo. Aunque la calidad de los mismos ha alcanzado gracias a la tecnificación de la producción un nivel excelente siempre puede uno dar una vuelta de tuerca para poder degustar algo sublime. La etiqueta exige, en este caso, estar al tanto de las nuevas denominaciones de origen y también de sus mejores añadas. La ceremonia requiere observar el color y densidad del vino, olerlo, y, por último, saborearlo para poder determinar con exactitud su “bouquet”, textura, final…
El de la gastronomía es, sin duda un sector que se cuida. Las administraciones defienden los productos “de la tierra” con sellos de calidad. Las televisiones nos acercan los trucos de los mejores “chefs” y hasta los niños tienen su propio concurso de cocina en miniatura… Y así, al final se crea una cultura que se extiende a todos. En mi entorno cercano, por ejemplo, tengo un amigo que lleva tiempo escribiendo un blog de cocina [pormisfogones], otro que escribe sobre comidas y viajes [pantagruelsupongo], y un tercero que tiene cita pedida [desde hace más de un año] para comer en “Can Roca”,…¡Hasta mi hermano lleva una temporada en la que amasa y hornea su propio pan en casa con cereales escogidos!
En resumen, que todos coincidiremos en convenir que la atención que le prestamos a la arquitectura no es, ni de lejos, equiparable a la que dedicamos a las cuestiones culinarias. Y yo, que soy arquitecto antes que cocinero [aunque también cocinero antes que fraile] me pregunto a qué se puede deber esta indiferencia.
Pienso que la adaptación del entorno para buscar abrigo y cobijo es, tanto como el comer, una necesidad fisiológica del ser humano. También es una necesidad psicológica humana el convertir en arte nuestra cocina y nuestro entorno. Vivimos rodeados de construcciones que deberían hacer nuestra existencia más cómoda y agradable, [y por que no, también ser capaces de elevar nuestro espíritu], y debemos ser tan exigentes con ellas como lo somos cuando nos aplicamos a satisfacer nuestro paladar y nuestro estómago.
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Una receta
En realidad, el procedimiento para proyectar y construir un edificio de buena arquitectura no debería diferir demasiado del de cocinar un plato exquisito.
Seleccionaremos primero la mejor materia prima buscando siempre la máxima calidad tanto en el ingrediente principal, el espacio [nuestra proteína]; como en los acompañamientos y condimentos: la luz natural, los materiales, sus acabados y colores… Después, elegiremos una dosificación adecuada de cada uno de ellos, [sus dimensiones y escala], respetando las cualidades específicas de cada componente y a la vez combinándolos con todos los demás. Esta tarea, como en la cocina, requiere de buena mano y mucha práctica. El punto de cocción también es de vital importancia, pues uno puede tanto quedarse corto como pasarse en el diseño final…Y claro, también están los pequeños trucos que uno debe saber manejar, ya que, como decía Mies van der Rohe “Dios está en los detalles”. Cualquier buen aficionado a la cocina puede entender cuanto de verdad esconden estas palabras.
Por último, como suele decirse en la cocina, mucho cariño, pues todo aquel que haya intervenido en el proceso, [desde que el carnicero corta la carne hasta que el camarero lo sirve en la mesa], deberá esforzarse en aplicar toda su pericia y conocimiento en el trabajo desempeñado para que sea posible conseguir el objetivo final.
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Y un edificio
Como muestra de la arquitectura de la ilustración os dejo esta sección del “Proyecto de Cenotafio de Newton” de 1784, un monumento para perpetuar la memoria del ilustre descubridor de la ley de la gravedad, al que el arquitecto Boullé homenajea recreando el firmamento como “unica decoración” que creyó deber usar. Un proyecto “redondo”.
Dicen que un vino redondo es aquel que logra el equilibro perfecto entre los los cuatro sabores básicos: salado, dulce, ácido y amargo. Pienso que este sutil equilibrio de contrarios también se suele encontrar en los edificios más hermosos.
Os animo, pues, a poner pausa por un momento al ritmo de vuestra rutina diaria y prestar la atención necesaria a la realidad que nos rodea. Habréis dado el primer paso para encontrar la belleza.
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De postre, otra vez Dickens
Postula mi compañero y maestro Javier Suances que el arte más sutil y sensible es patrimonio de las civilizaciones más fuertes, pero que también estas mismas civilizaciones son al tiempo capaces de cometer las mayores atrocidades imaginables.
Cuatro años después de que Hume escribiese su ensayo sobre la sensibilidad, se desencadena en Francia una revolución cuyo crudo desenlace describe Dickens en el final del su libro.
“A lo largo de las calles de París daban tumbos las carretas de la muerte. Seis de ellas llevaban la provisión de vino del día a la guillotina. Las seis carretas parecían gigantescos arados que abrieran enormes surcos entre la gente que se apartaba a ambos lados para dejarles paso. Y tan acostumbrados estaban todos a semejante espectáculo, que era frecuente ver personas que no suspendían sus ocupaciones al paso de aquella triste comitiva”
“Los ministros de la Santa Guillotina estaban vestidos y dispuestos. Se oyó un chasquido y en el acto una mano empuñó una cabeza que mostró al público; las calceteras apenas levantaron los ojos y se limitaron a exclamar a coro: ¡Una! Se vació la segunda carreta y se acerco la tercera. Nuevamente se repitió el chasquido y las mujeres contaron: ¡Dos!…”
Siempre hemos oído hablar de las bondades de la gastronomía francesa…
¡Bon apetit! [Y no os olvidéis de compartir el artículo si os ha gustado]
siempre he oído decir que el gusto por la belleza es lo último que se educa y por lo tanto que se adquiere. Y si presto atención a la realidad que me rodea ¿no pondré en peligro de confusión mi poco o mucho sentido estético?
Mi recomendación al respecto, en el ámbito de la arquitectura, es no fiarse mucho de la vista y atender más a las sensaciones “corporales”. Fijarse en los espacios conocidos que a uno le resultan especialmente agradables en la vida cotidiana y preguntarse por que son más agradables que otros. Habrá diferencias [algunas sutiles, otras evidentes] en sus dimensiones, en su forma, en su iluminación, su soleamiento, en los materiales con los que están hechos, en las vistas cercanas o lejanas que ofrecen, en el grado de intimidad que proporcionan…
Creo que con este consejo uno puede ir afinando los sentidos.
Así, después de un buen entrenamiento, cuando uno tenga que construir algo tendrá más claro como hacerlo y también que será necesario contratar a un buen arquitecto. 😉